Alaíde Foppa
Alaíde Foppa (1914- ) Poeta, editora, traductora, feminista, activista y defensora de Derechos Humanos naturalizada Guatemalteca, pionera feminista. Fundó la revista Fem, la primera revista semanal feminista de México. Colaboró también en el Foro de la Mujer, programa radiofónico transmitido por Radio Universidad en México durante varios años y se integró activamente a la Agrupación Internacional de Mujeres contra la Represión. También fue crítica de arte y en 1977 organizó en el Museo de Arte Carrillo Gil una exposición de mujeres artistas. Desaparecida en 1980, aún no se encuentran sus restos.
La sangre
Secreto corre el torrente de mi sangre rápida. Inmenso es el río que en subterráneos meandros madura y nutre el ámbito de mi vida profunda. La cálida corriente que me inunda en la flor de la herida se derrama.
Oscuro canto
Oscuro canto que brota de la honda esperanza rota, y del retorno al círculo cerrado. Peso escondido como hijo sin nacer en el vientre profundo, apretado nudo en el lugar del corazón. Ay, tampoco suena ni sube el nocturno canto hacia el cielo lejano. Es una voz sorda que se ahoga en la garganta, es un grito callado. Y si sube, no es un vuelo en la noche muda, es sólo una nube de humo que se pierde en la sombra.
Un día
Este cielo nublado de tempestad oculta y lluvia presentida me pesa; este aire denso y quieto, que ni siquiera mueve la hoja leve del jazmín florecido, me ahoga; esta espera de algo que no llega me cansa. Quisiera estar lejos, donde nadie me conociera: nueva como la yerba fresca, ligera, sin el peso de los días muertos y libre ir por caminos ignorados hacia un cielo abierto.
Los senos
Son dos plácidas colinas que apenas mece mi aliento, son dos frutos delicados de pálidas venaduras, fueron dos copas llenas próvidas y nutricias en la plena estación y siguen alimentando dos flores en botón.
Propiciatoria
Lenta y plácida sea la vida que corre por mis venas, largos sueños y dulces despertares me asistan, escuchen mis oídos voces quedas, mientras crece en secreto la criatura. ¡Ay, que el llanto no empañe mi pupila! Que por furtivo anhelo no tiemblen mis pestañas, ni perturbantes fantasmas me llamen, mientras vive en mi seno la criatura. ¿Cómo puedo estar triste si la rama florece? No empañe su mirada, antes que se abra, el velo de mis lágrimas. El alma no me pertenece. Mañana, desprendida de mí la criatura, irá libre y ligero mi imprudente paso, y sin temores, podré dejarme lastimar de nuevo. Pero hoy, Señor, aparta de mi lado las cosas que me hieren: tiende un camino de arena fina bajo mi pie cansado, defiende mi soledad tranquila y pon sobre mi frente una corona matinal de pensamientos claros.
Ella y sus recuerdos
Ella, una niña apenas, llevaba sus largas memorias como una historia ajena, y sus largos cabellos de plata como vegetación extraña en un mundo lunar nacida. ¿Le correspondía esa cadena de tristes sorpresas? Ella su paso leve, sus grandes ojos, su pequeña mano flaca, era sólo una niña asustada. Hasta esperaba un premio por ser una niña buena, mientras naufragaba en los largos recuerdos.
Pálido fantasma de sí misma surgía del naufragio como una creatura intemporal. Grácil convaleciente se atrevía a dar algunos pasos, a llevar su mirada húmeda sobre un mundo vago y tierno, y otra vez el miedo. Como una niña que despierta en la noche, esperaba la mano grande, dulcemente pesada, que se posara sobre su corazón enloquecido.
El día la libraba de ese huésped terrible, y volvía a soñar. Era una niña apenas que salía de una oscura cueva. La claridad la deslumbraba, pero veía en un mañana incierto la imagen de una joven leve danzante, los delgados cabellos movidos por el viento, que iría dichosa hacia la dulce muerte.
Ella y la dicha
Acaso es la flor que se deshoja en su mano, el pájaro que huye por la ventana abierta, el viento que de repente hincha sus velas, pero que es viento y pasa y vuela. Ay, la Dicha es para ella el resplandor fugitivo de una mañana de sol, de una hora, de un arco iris trémulo y evanescente que se tiende sobre un deslumbrado abismo… La Dicha es lo que no se tiene, y es tan perfecta tan rica y espléndida su imagen, que empobrece las pequeñas alegrías de todos los días: los frutos de su huerto donde no crecen naranjas de oro, las rosas de su modesto jardín, que pronto se marchitan, el timbre claro de las voces que están cerca a veces, y hasta la risa que se apaga en sus labios borrada por un soplo invisible.
Ella y el olvido
Vivía envuelta en una leve distancia que le impedía estar del todo presente. Por eso olvidaba tantas cosas: la llave de su casa, que se volvía una casa ajena una puerta cerrada ante su vana espera; el guante, que dejaba su mano fría, desamparada, y el otro guante en una extraña soledad de adiós sin respuesta; sus pulseras, demasiado pesadas… Y al verse los brazos desnudos sentía lástima de su pobreza y empezaba a buscar con un ciego tanteo ese poco de oro extraviado entre papeles juguetes inútiles recetas de cocina cartas de amigos. Tampoco encontraba el pañuelo para secar sus lágrimas. Quién sabe por qué calles polvosas iba su pañuelo de encaje por inclementes pasos pisoteado. Olvidaba sus sueños: al abrir los ojos, aunque una dicha rara la cubriese, se le escapaba el mensaje: en vano buscaba los trozos perdidos de ese rompecabezas del que sólo quedaban, desligados, un árbol, una calle que lleva al mar, el rostro de un desconocido, unas palabras sin sentido.
¿Y qué es el olvido? Lo confundió mucho tiempo con la felicidad, que sólo era olvido del dolor por un momento, y en su afán de olvidarse, se le iban de la mano las horas mejores, se le volvían humo las más cercanas presencias, se le caían las flores recién cortadas. Hasta creyó olvidar su sombra alguna vez, prendida quién sabe dónde en un encuentro lejano en un remoto recuerdo que el olvido -¿su cómplice o su amigo?- quiso borrar para siempre. Y así vivía, buscando la sombra que no la seguía, la carta perdida, el destello de la felicidad soñada.
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