Blanca Varela
Blanca Varela (Lima, 1926 – 2009) Poeta peruana autora de ocho libros. En 2001 fue distinguida con el Premio Octavio Paz de Poesía y Ensayo, y en 2006 con el Premio Internacional de Poesía García Lorca. Recibió también los premios poesía Ciudad de Granada (2006) y Reina Sofía (2007).
Puerto Supe
Está mi infancia en esta costa, bajo el cielo tan alto, cielo como ninguno, cielo, sombra veloz, nubes de espanto, oscuro torbellino de alas, azules casas en el horizonte.
Junto a la gran morada sin ventanas, junto a las vacas ciegas, junto al turbio licor y al pájaro carnívoro.
¡Oh, mar de todos los días, mar montaña, boca lluviosa de la costa fría!
Allí destruyo con brillantes piedras la casa de mis padres, allí destruyo la jaula de las aves pequeñas, destapo las botellas y un humo negro escapa y tiñe tiernamente el aire y sus jardines.
Están mis horas junto al río seco, entre el polvo y sus hojas palpitantes, en los ojos ardientes de esta tierra adonde lanza el mar su blanco dardo. Una sola estación, un mismo tiempo de chorreantes dedos y aliento de pescado. Toda una larga noche entre la arena.
Amo la costa, ese espejo muerto en donde el aire gira como loco, esa ola de fuego que arrasa corredores, círculos de sombra y cristales perfectos.
Aquí en la costa escalo un negro pozo, voy de la noche hacia la noche honda, voy hacia el viento que recorre ciego pupilas luminosas y vacías, o habito el interior de un fruto muerto, esa asfixiante seda, ese pesado espacio poblado de agua y pálidas corolas. En esa costa soy el que despierta entre el follaje de alas pardas, el que ocupa esa rama vacía, el que no quiere ver la noche.
Aquí en la costa tengo raíces, manos imperfectas, un lecho ardiente en donde lloro a solas.
La lección
Como una moneda te apretaré entre mis manos y todas las puertas cederán y lo veré todo y la sorpresa no quemará mi lengua y comprenderé entonces el crecimiento de las plantas y el cambio de pelaje en las pequeñas crías. Hallaré la señal y la caída de los astros me probará la existencia de otros caminos y que cada movimiento engendra dos criaturas, una abatida y otra triunfante, y en cada mirada morirá la apariencia y desnudo y bello te arrojará la fábrica entre nosotros.
Antes del día
¡Cómo brillan al sol los hijos no nacidos! Blanco es el mes de enero, negras las olas que visitan la isla. El nido está en lo alto, sobre una piedra segura. No habrá que enseñarles ni a nacer ni a morir. ¿Por qué habría de enseñarse tales cosas? La vida llegará con avidez y ruido. Conocerán el sol. El mundo será esa claridad que nos pierde; los abismos de sal, la fronda de oscuras esperanzas, el vuelo del solitario que se da alcance a sí mismo. Un círculo en el aire para atrapar algo de lo perdido. El sueño de ayer, la imagen que se escapa entre dos aguas, que se multiplica y transforma hasta no ser sino el agua misma, el brillo deslumbrante, instantáneo, de los propios deseos. Mirada perdida en sí misma que se devuelve y recorre como un desierto familiar. Siempre al centro. Encrucijada o astro, efímera explosión de plumas, corazón sin reposo alentando todos los vientos. ¡Cómo brillan al sol los hijos no nacidos! ¿Qué clase de sueño traerán? Primera estrella destruida, primer dolor, primer grito. Golpe contra todo, contra sí mismo. Hacer la luz aunque cueste la noche, aunque sea la muerte el cielo que se abre y el océano nada más que un abismo creado a ciegas. La propia voz respondiéndose con el fracaso de cada ola.
Ejercicios
Ejercicios
I
Un poema como una gran batalla me arroja en esta arena sin más enemigo que yo
yo y el gran aire de las palabras
II
miente la nube la luz miente los ojos los engañados de siempre no se cansan de tanta fábula
III
terco azul ignorancia de estar en la ajena pupila como dios en la nada
IV
pienso en alas de fuego en música pero no no es eso lo que temo sino el torvo juicio de la luz
A la realidad
y te rendimos diosa el gran homenaje el mayor asombro el bostezo
Media voz
la lentitud es belleza copio estas líneas ajenas respiro acepto la luz bajo el aire ralo de noviembre bajo la hierba sin color bajo el cielo cascado y gris acepto el duelo y la fiesta
no he llegado no llegaré jamás en el centro de todo está el poema intacto sol ineludible noche
sin volver la cabeza merodeo su luz su sombra animal de palabras husmeo su esplendor su huella sus restos todo para decir que alguna vez estuve atenta desarmada sola casi en la muerte casi en el fuego
Ideas elevadas
sobre una escalera tuve a dios bajo el martillo
combinación divina el blanco el negro y el rojo de la sangre redentora recién derramada
el crimen nos salva en estos trances que nos obligan a trepar hasta el último peldaño
el vértigo nos acerca la oscuridad nos protege estamos cada vez más próximos
tenemos la lengua dura los devoradores de dios de ese dios que crece cada noche con nuestros pelos y uñas de ese dios aplastable perecible digerible
iluminación o ceguera
clavar una mosca con un solo golpe de hierro en la pared más blanca
Comments