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10 poemas esenciales de Irene Gruss

Actualizado: 23 oct 2023

Irene Gruss

Irene Gruss (1950 – 2018) fue una poeta, escritora, tallerista argentina. Publicó trece libros y seleccionó otras tantas antologías. Colaboró de varias revistas y fue ganadora de varios premios.

Pavesiana

Estoy desnuda. Quieta y desnuda. No soy un pájaro sino este cuerpo. A veces la desnudez trae el pavor. A veces el pavor no trae nada. Yo quisiera poder caminar desnuda y disolverme.

El mundo incompleto

El reverso del mundo plagado de margaritas ondulantes, iluminadas. El mundo tal como es difícilmente pueda completar la llegada a las ondulantes margaritas. ¿Quién necesita esas flores quién se queda en describirlas tal como están, allá lejos, quién sabe cómo son esas flores? ¿Y si no son margaritas? ¿Si no se llega si no se completa el mundo?

Mutatis Mutandis

Por favor no sufran más me cansa, dejen de respirar así, como si no hubiera aire dejen el lodo, el impermeable, y el vocabulario, me cansa, la mujer deje de tener pérdida ese chorro sufriente, los padres dejen el oficio de morir, el daiquiri o el arpón en el anca, y aquel perfume matinal, la Malasia, y el Cristo solo como un perro, y al amor como un fuego fatuo, y a la muerte, déjenla en paz, me cansa, (¿algo ha muerto en mí?: tanto mejor). Así que, valerosos, amantes, antiguos, huérfanos maternales que acurrucaron al mundo después de la guerra, dejen el rictus, oigan y despídanse, por primera vez sin grandeza.

Era la tarde y la hora

“La falta de mística”, es fatal que “todo sea cultura”, las aceitunas vos y yo: es patético, el sonido, ¡quién tuviera un oboe! Arder, “Vas a arder”: es cierto. Era la hora en que mi vida sexual pagó ¿por qué no? consecuencias lúgubres. Las palabras huelgan: ¿Qué voy a hacer ahora? Y a la hora de hechos patéticos, a la hora de una falta de hechos no puedo reír no me acurruco, no me cubro ni siquiera muero: escucho el viento y aplasto terribles, tiernas mariposas que (hablo de palabras vagas, cuasipatéticas) 38 seducen el aire a respirar: es cierto, preciso el aire. Vuelan coloridas y duran –ay de mí, ¿es que la rima es débil, así de mortecina?– una noche de gusanos, las palabras vagas, y solamente un día.

Jinetes del Apocalipsis

No hay lugar para la huida, ángel del deseo. Ellos, que dicen que son fantasmas siguen haciendo malas artes, influyen, lo hacen bien, estorban la huida, ángel del deseo. Me corrompen. Adonde fuera, el sol o la lluvia me perseguirían como un testigo; adonde me quedara, ellos, que dicen que son fantasmas, mandarían cartas anónimas, desapasionadas o donde la pasión ocupa un lugar antiguo, de pacotilla. Ahora, dicen, el cielo se resquebraja tanto como el suelo, la gente lee libros trágicos, sueña con llanuras que parecen desiertos. Ahora, dicen, todo ha terminado. Y yo quería un lugar, un toque de infancia, una frase verdadera.

Tatuaje

A la hora de palabras patéticas me tiento de risa; es nervioso, es nervioso dice la madre y yo le creo. La desesperación, el desespero, él es un desesperado: –Ay, es cierto y me tiento: son palabras patéticas. Enemistada con la vida que ofrecía tanto, vaciada, dispuesta a reír, a dar algo hube de hacer las cosas trastocando girando un escalpelo mojado en tinta hube de limar punzar un dibujo expresionista. Si la espalda fuera más condescendiente, si mi enojo con la vida fuera más liviano… por qué hube de elegir un estilo tan antiguo, un dibujo tan dolido y raro.

El té

Está sentada frente a mí y hace ruidos con la taza, la golpea sin querer. Está loca pero la que desea matarla soy yo. Si le comento cualquier asunto, ella pregunta con tono de loca más que dubitativa: ¿ah, sí? Ahora está diciéndome que hay vidrios rotos en su barriga, la cortan, duele. Miro la taza que golpeaba, intacta, y el té que viene hacia mí, de a poco, rogando algo que no entiendo. El líquido toma una forma que me asusta, y al mismo tiempo sé que lo que pide es piedad, ayuda; es té tibio sobre la mesa y es mi hermana.

Antiars poética

Esa playa en el río. El río estaba muerto. La playa vivía gracias a los juncos que estaban a un costado. Los juncos eran la alegoría del paisaje. Un poeta chino lo supo y no lo escribió

Quién me quita lo bailado

Pido peras al olmo. Las saboreo: son deliciosas. He pedido gato por liebre; me lo han dado. Me han contado historias libidinosas a medianoche; gozaba, con cada palabra, con cada gesto. He amado la noche cuando amanecía, amé la muerte, y soñé con la realidad.

Óptica IV

Creer o reventar, dijo el sapo, la rana que croaba reventado, reventada de tanto haberle pisado encima. Cuál era el charco donde cobijarse, dijo el sapo, la rana que saltaba, croaba en la noche, esta noche que no se acaba nunca. Animales brutos los que andan por ahí, sin fijarse donde pisan, van a quedar ciegos como ateos van a quedar, ácido líquido para el que pise o reviente a este pobre sapo, pobre rana entre charcos iluminados por luciérnagas, cantados por grillos, bichos de buena ventura, cosa de creer.

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