Carilda Oliver Labra
Carilda Oliver (1924 – 2018) fue una abogada, poeta, funcionaria y profesora de artes cubana, autora de más de treinta libros y ganadora de múltiples premios nacionales e internacionales.
A la esperanza vuelvo, a la madera…
A la esperanza vuelvo, a la madera que construyó mis días importantes, a la extraviada primavera de antes.
A la justicia de mirarlo todo como si me perteneciera, que en fin de cuentas no hay un modo de abandonar el hambre de la fiera.
Adiós
Adiós, locura de mis treinta años, besado en julio bajo la luna llena al tiempo de la herida y la azucena. Adiós, mi venda de taparme daños.
Adiós, mi excusa, mi desorden bello, mi alarma tierna, mi ignorante fruta: estrella transitoria que se enluta, esperanza de todo por mi cuello.
Adiós, muchacho de la cita corta; adiós, pequeña ayuda de mi aorta, tristísimo juguete violentado.
Adiós, verde placer, falso delito; adiós, sin una queja, sin un grito. Adiós, mi sueño nunca abandonado.
Amor, ¿cómo es que vienes…
Amor, ¿cómo es que vienes a darle al pensamiento tu estocada si estoy entre las sienes -débil mujer a golpes decorada- y apenas tengo trato con la aurora por no mirar la luz que eres ahora’?
Amor, ¿cómo es que usas el mismo corazón en que naufrago y arrimas tus confusas palabras al silencio este tan vago y en brote que es de gloria me enajenas mientras ardiendo estoy entre las penas’?
Amor, ¿cómo es que tocas eI mundo donde salgo desmentida, y vuelves y provocas de nuevo los dolores de tu huída si a tiempo de morirme tanto y tanto te yergues sin cadáver en mi canto?
Anoche
Anoche me acosté con un hombre y su sombra. Las constelaciones nada saben del caso. Sus besos eran balas que yo enseñé a volar. Hubo un paro cardíaco.
El joven nadaba como las olas. Era tétrico, suave, me dio con un martillito en las articulaciones. Vivimos ese rato de selva, esa salud colérica con que nos mata el hambre de otro cuerpo.
Anoche tuve un náufrago en la cama. Me profanó el maldito. Envuelto en dios y en sábana nunca pidió permiso. Todavía su rayo lasser me traspasa.
Hablábamos del cosmos y de iconografía, pero todo vino abajo cuando me dio el santo y seña.
Hoy encontré esa mancha en el lecho, tan honda que me puse a pensar gravemente: la vida cabe en una gota.
Busco una enfermedad que no me acabe…
Busco una enfermedad que no me acabe sino el dolor constante de la vida: algo para fingir que estoy dormida detrás de este temblor de escarcha grave.
Busco un agua cósmica que lave la lágrima terrible que me oxida; busco el morir distinto, y voy herida por la pena vulgar que nadie sabe.
Y así me marcho, sonriendo a todos, luminosa de gracia y desventura, con el secreto horror hasta los codos;
callándome en el verso y en la prosa, para que escriban en mi tierra dura: esta mujer ha muerto de dichosa.
Callados, por la tarde, gravemente…
Callados, por la tarde, gravemente…
Callados, por la tarde, gravemente, sin elegir el sitio de la tierra, tú y yo nos besaremos como en guerra hasta quedarnos fríos frente a frente.
Yo, cada vez más tumba que se ahonda, tú, cada vez más carne renovada, acaso llames y jamás responda cuando te vuelvas en mi cuerpo nada.
He de tragar entonces, con locura, en tu vaso de tórrida hermosura la sangre poderosa que se queja;
y daré media vuelta hacia lo inerte, perdida en esa luz que te refleja, tan hambrienta de ti como la muerte. Última Elegía Yo podría decir que estoy de primavera bajo un aire oloroso a luz definitiva, y podría tapar la mirada bisiesta que se me está cayendo afuera de la vida, y ser de flor, de lluvia de mariposa buena, semejante a este cielo cuidado por la brisa, a la ignorancia simple con que quiere una abuela o a la salud del alba, que es casi campesina.
Pero me estoy llorando el corazón que llevo frente al hombre que tiene un poco de mi frío. Ya no puedo dormir con párpados violentos: él me espera despierto en la calle del vino.
Quizás debo acordarme de este color que tengo y debo ser mas que un rincón de olvido. Le diré blandamente con mi voz de febrero: Enséñame una llama que se apague distinto.
Y estaremos las noches que le falten al tiempo en el lugar humilde donde se acaba un trino; él, con la frente inútil que le puso el invierno, y yo, como un adiós sujeto en el vacío.
Carilda
Traigo el cabello rubio; de noche se me riza. Beso la sed del agua, pinto el temblor del loto. Guardo una cinta inútil y un abanico roto. Encuentro ángeles sucios saliendo en la ceniza.
Cualquier música sube de pronto a mi garganta. Soy casi una burguesa con un poco de suerte: mirando para arriba el sol se me convierte en una luz redonda y celestial que canta…
Uso la frente recta, color de leche pura, y una esperanza grande, y un lápiz que me dura; y tengo un novio triste, lejano como el mar.
En esta casa hay flores, y pájaros, y huevos, y hasta una enciclopedia y dos vestidos nuevos; y sin embargo, a veces… ¡qué ganas de llorar!
Con desdén y oro
Voy a verle en cualquier sitio, él pedirá un ron para mezclarlo con mis pupilas; yo, el crepúsculo. y me traerán una lágrima.
Voy a verle: a las seis de la tarde, cuando los combatientes repasan sus fusiles y los adúlteros se acuestan con mariposas; a las seis de la tarde, sin luna, cuando por los cines naufragan las divorciadas y los obreros comienzan a bañarse. A las seis, con temblor y relente, con bochorno, ciega como leche y sed, voy a verle. Azogue en su mano, una extraña, qué poco de suerte, subterráneo para reírme a carcajadas. Con un traje amarillo como si renunciara a la tristeza voy a verle.
Tendré cuidado no sea, que, al abrirme, estalle el sollozo Y comprenda que delinco.
Seré cauta, debo mentir: «adiós, alguien espera». y al levantarme con desdén y oro crecerán los pulmones donde le respiro y para que no muera del todo lo atraparé en mi verso.
Voy a verle -he dicho en la hermosura- mientras recupero el ala que no sirve y llueven los nísperos, divagan las márgenes rumorosas: voy a verle y nos desbaratábamos a besos y el libro se quedaba a medias y luego quién creía en los relojes si aquí se olvidó su boca del binomio de Newton.
Cuento
Yo era débil, rubia, poetisa, bien casada. Tenía deudas y una salud de panetela blanca. Hicimos una casa pobremente, muchas ventanas: para enseñar nuestros besos a las nubes, para que el sol entrara.
La casa era tan bella que tú nunca dormías. Ya no eras abogado ni poliomielítico ni nada. Nunca dije: ¿cuándo vas a poner esa demanda? porque yo tampoco cocinaba.
Fueron días como no quedan otros en las ramas. Yo me empeñaba en sembrar algo en el patio: tus gatos lo orinaban, pero era tan feliz que no podía decir malas palabras. Ay, una tarde… ( Septiembre tomó parte en la desgracia ), Ay, una tarde ( Dios estaría sacando crucigramas ); ay, una tarde pusiste tantas piedras en mi saya que desde entonces ando inventándome la cara. El cuchillo tenía la forma de tu alma; yo quería ser otra, hablar de las estrellas… ( sobraron noche y cama ). Yo me empeñaba en sembrar algo en tu pecho: tus gatos lo orinaban, y era tan infeliz que no podía decir buenas palabras.
Tarde en otoño. Miré las sábanas amargas, el jarro de la leche, las cortinas, y el crepúsculo me convirtió en su mancha. ( Yo era un clavel podrido de repente, un canario botado ). Con empujones que lo gris me daba, entre temblores, volví a la falda de mi madre.
Pasaron tantas cosas mientras yo me bebía la soledad a cucharadas…
Un viernes -un viernes en que tu olvido me enterraba- llegué a la esquina deja casa. Estaba allí como una tumba diferente, se veía otra luz por las ventanas. Tuve miedo de odiar… (Ya era hasta mala).
Pasaron tantas cosas; el tiempo fue cosiendo mi mirada.
Ahora no pueden asustarme con los truenos porque la luz me alza. Ahora no pueden confundirme con un libro. Soy la palabra recobrada. ¡Ríanse, agujas que en mi carne se desmandan; ríanse, arañas que me tejen la mortaja; ríanse, que a mí, también, carajo, me da gracia!
Carta II
Llueve contra la tarde y tu retrato. La mariposa enferma su alegría. Sobre el tintero se quedó vacía la pluma con que escribo. Duerme el gato.
Miro para la sal, para el zapato, para la tarde que se pone fría. Nada me pertenece. Se diría que el cielo se ha mudado por un rato.
Como la brisa reza y el mar arde, las muchachas que están bajo la tarde se sonreirán en todos los espejos.
Como es domingo, como nadie llora, yo echaré mis claveles en la hora sin acordarme de que tú eres. lejos.
n tímido consuelo.
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