Fina García Marruz
Fina García Marruz (1923 -) es una poeta e investigadora literaria cubana. Ha publicado once libros y ha sido galardonada con el premio Reina Sofía.
Cuando el tiempo ya es ido, uno retorna
Cuando el tiempo ya es ido, uno retorna como a la casa de la infancia, a algunos días, rostros, sucesos que supieron recorrer el camino de nuestro corazón. Vuelven de nuevo los cansados pasos cada vez más sencillos y más lentos, al mismo día, el mismo amigo, el mismo viejo sol. Y queremos contar la maravilla ciega para los otros, a nuestros ojos clara, en donde la memoria ha detenido como un pintor, un gesto de la mano, una sonrisa, un modo breve de saludar. Pues poco a poco el mundo se vuelve impenetrable, los ojos no comprenden, la mano ya no toca el alimento innombrable, lo real.
Una cara, un rumor, un fiel instante
Una cara, un rumor, un fiel instante ensordecen de pronto lo que miro y por primera vez entonces vivo el tiempo que ha quedado ya distante.
Es como un lento y perezoso amante que siempre llega tarde el tiempo mío, y por lluvia o dorado y suave hastío suma nocturnos lilas deslumbrantes.
Y me devuelve una mansión callada, parejas de suavísimos danzantes, los dedos artesanos del abismo.
Y me contemplo ciega y extasiada a la mágica luz interrogante de un sonido que es otro y que es el mismo.
Los extraños retratos
Ahora que estamos solos, infancia mía, hablemos,
olvidando un momento los extraños retratos que nos hicieron.
Hablemos de lo que tú y yo, por no tener ya nada, sabemos.
Que esta solitaria noche mía no ha tenido la gracia del comienzo,
y entré en la danza oscura de mi estirpe como un joven tristísimo en un lienzo.
Mi imagen sucesiva no me habita sino como un oscuro remordimiento,
sin poder distinguir siquiera qué de mi pan o de mi vino invento.
En el oscuro cuarto en que levanto la mano con un gesto polvoriento,
donde no puedo entrar, allí me miras con tu traje y tu terco fundamento,
y no sé si me llamas o qué quieres en este mutuo, extraño desencuentro.
Y a veces me parece que me pides para que yo te saque del silencio,
me buscas en los árboles de oro y en el perdido parque del recuerdo,
y a veces me parece que te busco a tu tranquila fuerza y tu sombrero,
para que tú me enseñes el camino de mi perdido nombre verdadero.
De tu estrella distante, aparecida, no quiero más la luz tan triste sino el Cuerpo.
Ahonda en mí. Encuéntrame. Y que tu pan sea el día nuestro.
Del tiempo largo
A veces, en raros instantes, se abre, talud real y enorme, el tiempo transcurrido. Y no es entonces breve el tiempo. Como el pájaro al elevarse abarca con sus alas un diminuto pueblo o costerío, la inmensidad de lo vivido arrecia, y se mira remoto el ayer próximo, en que el pico ávido bajaba en busca de alimento. ¡Qué eternidad de soles ya vividos! ¡Y qué completa ausencia de nostalgia! Para crecer se vive. Para nacer de nuevo y rehacer la mala copia original. Para crecer, se sufre. No se quiere volver atrás, ni tan siquiera al tiempo rumoreante de la juventud. Que no para que el rostro luzca lozano y terso se ha vivido. No para atraer por siempre con el fuego de la mirada, no con el alma en vilo, por siempre se ha de estar. De cierto modo la juventud es también como una cierta decrepitud: un ser informe, larva, debatíase, qué peligrosamente amenazado. Se vivió. se salió, quién sabe cómo, del hueco, de la trampa: valió el otro del bosque de la vida, el pleno encanto de los claros del sol entre lo umbrío para pagar su precio: lo tanto costó poco; poco el sufrir inmenso para esta dádiva: al rostro orne la arruga como el pecho la cinta coloreada de un guerrero o como al niño la medalla premia por la humilde labor. Como el avaro el peso de un tesoro, encorva la espalda anciana el peso del vivir. Mas ya, arriba, a la salida, ya, se mira hacia atrás sonriendo, renacido, como agrietada cáscara el polluelo, ya se van desligando las amarras, del extraño navío, y como novio trémulo locamente lo incierto hace señales.
costó dolor, muerte costó, la vida. Y al tiempo, breve o largo, siempre corto, como el relámpago del amor, se le mira ya sin recelo ni amargura como a las heridas de la mano, en el arduo aprender de su oficio, contempla el aprendiz.
Bella es toda partida.
Al despertar
Al despertar uno se vuelve al que era al que tiene el nombre con que nos llaman, al despertar uno se vuelve seguro, sin pérdida, al uno mismo al uno solo recordando lo que olvidan el tigre la paloma en su dulce despertar.
Mucho más simple
Digo que es simple, Mucho mas simple. Insisto por esos que andan hablando de aprendibles técnicas, Es sólo una muchacha. Ciega como toda muchacha. Sola, (en el fondo) y desvalida, como toda muchacha. Medias negras, suetercito pobre. El pelillo algo rizado, leve, graciosamente, al sol. Una muchacha que aún ignora que es bella, y por que es más bella todavía. Una muchacha aún no repuesta del asombro de serlo, que sonríe sin motivo.
Y entonces, vino un poeta, y la vio.
Cine mudo
No es que le falta el sonido,
es que tiene el silencio.
Uno vuelve a subir las escaleras
Uno vuelve a subir las escaleras de su casa perdida (ya no llevan a ningún sitio), alguien nos llama con una voz querida, familiar. Pero ya no hace falta contestarle. La voz sola nos llama, suficiente, cual si nada pudiera hacerle daño, en el pasillo inmenso. Una lluvia que no puede mojarnos, no se cansa de rodear un día preferido. Uno toca la puerta de la casa que le fue deparada a nuestras manos mortales, como un tímido consuelo.
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